» Domingo loco »
( Crazy Sunday )
relato aparecido en la revista American Mercury (oct. 1932)
Francis Scott Fitzgerald
(Cuentos 2 – pp. 605 a 637)
Scott Fitzgerald fue llamado por primera vez en 1931 para ir Hollywood. Fue la MGM y para escribir el guion de una cinta que se llamaría «La pelirroja». No se rodó. Por lo que se sintió decepcionado y presto a hablar mal de su experiencia, ya que todavía era alguien importante y podía ser desdeñoso. Años más tarde, lo volvieron a llamar con idéntico mal resultado: casi no se aprovechó nada de lo que escribió, pero su situación era radicalmente distinta y peor.
Este primer contacto duró varios meses y pudo conocer al productor Irving Thalberg (fallecido el 1936) que le sirvió de puntal para su libro «El último magnate«. La segunda ocasión duró tres años, hasta que falleció.
Este cuento, y es importante tenerlo en cuenta, pertenece a la primera impresión de ese «loco mundo de Hollywood».
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Los domingos en Hollywood. Todo el mundo descansa aparentemente. El punto de vista es el de un guionista: Joel Coles, 28 años, todavía naíf en el ambiente. Está bien considerado y trabaja sin descanso en escenas y secuencias con la esperanza de triunfar en el medio.
Lo invitan a una fiesta dominguera hollywoodiense de alto nivel. Joel se propone no beber para no hacer o decir inconveniencias. El ambiente es bastante falso y propenso a las intrigas y cotilleos. Por casualidad la anfitriona le presta atención, más que nada para compensar las desatenciones de su marido. Joel se siente halagado, pero también se sabe una pieza en el tablero.
La historia transcurre en un tira y afloja de relaciones fingidas, de comportamientos de escaparate, de emociones sobreactuadas, de hipocresía, etc. que hace de las personas convertidas en personajes vayan de aquí para allá como si fueran resortes descontrolados.
Al final, Fitzgerald nos ofrece una conclusión de compromiso que está de acuerdo con ese tono general de opereta cinematográfica, como si lo que interpretarán los personajes, se lo creyeran. Como si la película fuera verdad, aunque no es más que una farsa de teléfonos blancos y vestidos de satén propia de su época.
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(*) fotograma de la película «Cena a las ocho» (Dinner at Eight, 1933) de George Cukor .