«Midnight in Paris»
dir. Woody Allen
USA, 2011
En esta película los Fitzgerald aparecen como personajes en unas tres ocasiones y con una duración de entre dos y tres minutos en total. Se les presenta de forma amable y nos ofrecen la imagen estereotipada que tenemos de ellos: chispeantes, amables, amigables, elegantes, bebedores, ella desquiciada… Los actores se parecen bastante. Mientras que, todo hay que decirlo, Hemingway es presentado como una caricatura de sí mismo

Creo que es interesante reproducir todo el comentario sobre la película que hice el 20-5-2011 en otro blog de cine. Es el que sigue:
En una de las últimas películas de Woody Allen, el protagonista interpretado por él mismo es un director que se queda ciego, bien, pues no sé que si en este caso Allen está perdiendo vista sin darse cuenta, ya que sólo así comprendo que pueda filmar una historia de fascinación visual por una ciudad y lo haga con una fotografía tan espantosa.
La película empieza con una larga y finalmente tediosa secuencia de vistas de París con una fotografía que duele la vista y con la típica música de jazz que Allen usa hasta la extenuación. Después pasamos a una historia situada en el presente en la que la cámara recorta parcialmente la cabeza de los protagonistas. ¿es un problema de la sala de cine? no sé, ya poco importa (he vuelto a ver la cinta en televisión y no tiene ese problema de encuadre, ni la fotografía es tan oscura -era el cine-). Aparece el actor principal, que en este caso es Owen Wilson, un actor por el que siento bastante simpatía, y está ausente, perdido, con una tristeza profunda y una mirada que asusta (¿no intentó suicidarse?) y sabes que no tiene que ver con su papel en la película. Después están todos los demás que acompañan, pero en este caso se limitan a cumplir con el mínimo.
Owen Wilson interpreta a un escritor en crisis fascinado con el París de los años veinte y mágicamente es trasladado a esa época dónde puede codearse con Hemingway, Picasso o Scott Fitzgerald. Aquí la fotografía parece más adecuada. Resulta bastante encantador y divertido ver cómo se presentan todos esos personajes, algunos más afortunados que otros. Mención especial para el Dalí de Adrien Brody. Entonces aparece la idea que mueve la película y finalmente constituye lo más importante: el escritor añora los años veinte y la musa de los años veinte añora la Belle Epoque y cuando son trasladados a la Belle Epoque descubren que los que están añoran el Renacimiento y el caso es al parecer despreciar el presente y sobrevalorar el pasado; la falacia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Si bien, esta idea salva la película, la sensación general es que Woody Allen se traciona a sí mismo y que a estas alturas está haciendo demasiadas concesiones. Curiosamente con éxito, ya que al parecer la película gusta.
A mí me ha parecido bastante condescendiente con el público. Cuando veía a tanto español por el mundo de los años veinte, pensé que era una forma de dar las gracias a la productora española Mediapro, pero no es cierto. En realidad esta película ya fue escrita por Allen como relato titulado «Para acabar con los libros de recuerdos-Memorias de los años veinte» a finales de los años sesenta, está incluida en el libro «Como acabar de una vez por todas con la cultura». Si se lee este divertido relato se ve exactamente la película, pero con una notable diferencia, el texto es una parodia, la película un homenaje. La cuestión fundamental es que ahora no puede hacerse una parodia, ya que la parodia sólo funciona cuando se conoce el tema. No te puedes reír de Gertrude Stein si no sabes quien es.
«Tanto Gertrude Stein como yo examinamos con meticulosidad las últimas obras de Picasso y Gertrude opinó «el arte, todo arte, es la expresión de algo». Picasso no estuvo de acuerdo y dijo: «Déjame en paz. Estoy comiendo». Mi opinión fue que Picasso tenía razón: estaba comiendo» (pág. 99-100)