
«Años inolvidables»
(The Best Times – An Informal Memoir, 1966)
John Dos Passos (1896-1970)
ed. Austral 2006, 340 pp.
No quiero ser mal pensada, pero este libro se publica dos años después de «París era una fiesta» (A Moveable Feast, 1964) de Ernest Hemingway. Y viene a contar casi lo mismo por otro espectador, no menos importante, aunque no tan popular.
Sí, todos eramos tan jóvenes y vivimos muchas cosas juntos: París, la Generación Perdida, la amistad. Sin duda Dos Passos, Hemingway y Fitzgerald fueron muy próximos por la edad, procedencia e intereses profesionales.
Por lo que respecta a este caso solo mencionaré lo que cuenta de Fitzgerald.
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Dos Passos tiene un primer encuentro con la pareja Scott y Zelda cuando están en su apogeo neoyorkino en 1922. Se alojan suntuosamente en el Hotel Plaza. No cuenta cómo se ha producido la invitación. Scott conoce la obra publicada por Dos Passos (no sé si ya se ha aparecido «Tres soldados» 1922).
Dos Passos describe como se siente intimidado por el lujoso ambiente del hotel. En la suite está en ese momento el escritor Sherwood Anderson. Los Fitzgerald y Anderson están muy parlanchines y preguntones. Comen en la suite espléndidamente y beben cócteles y champán (de contrabando). John comenta que Scott no tenía paladar, pero en el Plaza, en aquella época, era imposible comer mal.
Anderson se va y los Fitzgerald le piden a John que los acompañe a Long Island porque están buscando casa. John va llegando a la conclusión de que Scott es muy malo para casi todo: música, comida, pintura, arte, pero que en sus opiniones literarias es «un profesional nato. Todo lo que decía merecía escucharse«.
Van a ver varias casas, lo que solo sirve para divertirse a costa del agente inmobiliario. John se siente «abochornado«. Después visitan a un escritor deportivo por el que Scott siente gran debilidad: Ring Lardner. Por desgracia es un hombre acabado por el alcohol. Scott repite que es su borracho particular.
De vuelta a Nueva York pasan junto a una feria y paran para montar en las atracciones por deseo de John y Zelda. Scott se queda en el coche bebiendo whisky. Allí, montado en la noria con Zelda, John asiste al número de Zelda: del cielo al infierno. Y lo que en principio era divertido, se convierte en siniestro por algo que John es incapaz de explicar en el momento que sucede. (pp. 195-199) (quizá porque si das una vuelta, o dos o tres con la noria tiene su gracia, pero si no puedes parar y sigues y sigues aflora el descontrol mental).
John Dos Passos, que todavía no tiene una vocación definida, no para de viajar y en París se siente muy atraído por los pintores y movimientos pictóricos del momento. Allí conoce al matrimonio de millonarios estadounidense Gerald (que era pintor) y Sara Murphy con los que se trata a menudo. También frecuenta a Hemingway (del que se hará muy amigo) entre otros muchos y conocidos comunes de Fitzgerald, como Edmund Wilson.
John va con los Murphy a su casa de la Costa Azul y vuelve a coincidir con Scott (1924) que tiene una casa alquilada cerca y donde escribe «El gran Gatsby». John cuenta que Scott y Zelda reverenciaban a los Murphy porque representaban un ideal: ricos, guapos, elegantes, hijos encantadores… eran afortunados de una forma completa. El problema surgía cuando Scott bebía en las fiestas y pasaban cosas desagradables y extrañas: andar a cuatro patas y tirar hortalizas a los invitados, etc. y otros sucesos espeluznantes como dejar su coche en las vías del tren y quedarse dormidos.
«como todos los amigos de Scott, los Murphy estaban en un aprieto. Les tenían cariño. Admiraban su talento. Se preocupaban por él. Querían ayudarlo; pero la amistad tiene sus límites. No podían permitir que todas sus veladas acabaran en desastre» p. 231
«A pesar del comportamiento escandaloso de los Fitzgerald o quizá por él, Villa América alcanzó cierto «renomme» entre los franceses, que son las personas menos hospitalarias del mundo…» p. 232
De nuevo en París «Scott, a quien le gustaba creerse descubridor de talentos y era desinteresadamente generoso con los libros de los otros, estaba trabajando como un negro para conseguir que (el editor) Max Perkins introdujera a Hemingway en (la editorial) Scribner’s (p.238-9)
